Comentario
En la década de 1880 las inversiones directas provenientes de empresas británicas, pero también de compañías francesas, alemanas y norteamericanas, alcanzaron un nivel comparable al endeudamiento negociado en los mercados financieros. Como bien señala Marichal, ya no se trataba de consolidar posiciones sólo en la banca o en el comercio internacional, sino que también se invertía en transportes y producción, especialmente en actividades vinculadas a ferrocarriles, tranvías, minas, ingenios azucareros, molinos harineros y compañías de gas, electricidad o teléfonos. En esa década, el 80 por ciento de las inversiones directas británicas en América Latina se concentró en cinco países: Argentina (37 por ciento), México (17 por ciento), Brasil (14 por ciento), Chile (7 por ciento) y Uruguay (5 por ciento), que no casualmente eran los que tenían una mayor producción. En ellos, también, la construcción de ferrocarriles y el desarrollo urbano avanzaba más rápidamente.
En los años posteriores al fin de la Primera Guerra Mundial (1918-1920), asistimos a un importante incremento de las inversiones directas norteamericanas en varios países del continente, especialmente en Cuba, México y Chile, aunque no se produjeron préstamos a largo plazo para los gobiernos latinoamericanos. Algunas firmas, predecesoras de las actuales transnacionales, se instalaron en esta época en América Latina.